Solías
brillar tanto. Toda la magia yacía en tu sonrisa, en esa manera de caminar. Enfermo de vida, enfermo de gloria. Vos sí
eras todas las risas, todos los cuentos que hablan de amor. Mirarte solo
arrojaba una conclusión: quererte, loca, agresivamente. Pero quererte.
Y
te fuiste desvaneciendo, casi como verte entrando en un otoño. Un otoño que
pronto fue invierno y un invierno que casi fue muerte. Muerte sin seres
queridos, muerte porque nos alejaste. Muerte porque vos elegiste morirte. Muerte
porque empezaste a crear demonios.
Te
odio. Te odio con rabia, con la memoria de los veranos. No puedo no odiarte.
Elegiste irte, hundirte mil veces, llamarme de vez en cuando, lograr unas
cuantas lágrimas de quien te habla y así no logro odiarte. Pero te odio, debo
hacerlo –lo dicta la etiqueta, los mandatos sociales y un muy empolvado sentido
común.
No hay comentarios :
Publicar un comentario