La
ciudad es un pañuelo y nosotros nos teníamos que encontrar. No sé a quién le
dije eso o si es solo un recordatorio del celular, pero que hayas sido vos el
motivo de mis desvelos da mucho de qué hablar. Te conozco, te conozco y sin
embargo, no me asombra admitir que todo lo que sé sobre vos es pura sombra (cómo
espero que brille el sol) porque en realidad nos hemos cruzado solo una docena
de veces. En fin, he decidido caminar a tientas en lo que respecta a vos. Un
poco ciega, un poco tonta, me lanzo de cabeza a estos encuentros casuales y a
las charlas por la madrugada.
Qué
extraño. Hacés que me sonroje y que no pueda quitarme la sonrisa de la cara. Y
no lo soporto pero quiero que me hagas reír todos los días. También lográs (de
alguna manera) que me despida queriendo decirte hola otra vez y otra vez, y otra. Voy a cafés y pienso que tal vez
podríamos venir juntos algún día. Y eso, en mi forma de ser, es algo parecido a
quererte. Quizá sea porque te acercás desarmado, sin ataduras o recuerdos
pasados. O quizá no te presentás como un enigma a resolver o como un enfermo a
mi merced. No esperás mi redención, no sos un caballero herido.
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